dimarts, 12 de març del 2013

RELATOS DE LA PICARESCA LOCAL

Los siguientes relatos han sido elaborados por los alumnos de 3ºB y tenían que completar un peculiar reto: idear una historia de tipo picaresco, pero ambientada en la actualidad y en los alrededores (preferentemente en Godelleta). El resultado ha sido así de interesante:


ASTUCIA POR SUPERVIVENCIA

Vagaba por las calles de Godelleta, mi pueblo natal, cuando observé que una anciana salía del supermercado de la esquina con varias bolsas llenas. Pensé que si la ayudaba podría obtener algo de dinero a cambio o incluso algo de comida cuando no estuviera mirando. Y así lo hice: cogí dos de ellas y la acompañé hasta su domicilio, pero no sin antes haber pasado por la panadería y por el quiosco y haber esperado mientras charlaba con sus amigas que se iba encontrando sobre los cotilleos del pueblo. Pasamos por varias calles más hasta llegar a nuestro destino. Yo estaba ansioso por obtener mi recompensa, ya que hacía tres días que no probaba bocado, pero no me dio más que las gracias y un triste euro que le había sobrado.



Decepcionado, me dirigí al bar Nido, donde había montones de hombres ebrios dando voces y jugando al póquer. Me acerqué a la barra, donde no había más que vasos medio vacíos y platos pequeños con frutos secos, a punto de ser servidos. Bebí cuanto quedaba rápidamente -mayoritariamente cerveza- y me apresuré a vaciar el contenido de los platos sobre mi desgastado suéter, que había doblado para que cupiera mayor cantidad.

Salí disparado del pequeño establecimiento y fui al parque a degustar mi botín. A esas horas de la tarde, estaba lleno de niños jugando con la supervisión de sus madres. Me senté en un banco y los observé. Estaba pensando en la suerte que tenían cuando un balón de fútbol me dio de lleno en la cara. Cuando conseguí recuperarme del sobresalto, vi que un niño de unos ocho años se acercaba a disculparse. Me aproveché de la situación: le di mi perdón a cambio de su merienda.

Decidí volver al bar, ya que aún conservaba el euro que me había dado la anciana y pensé que podría utilizarlo para hacer trampa al póquer con aquellos adinerados borrachos.

Fue una noche realmente interesante: gané nada menos que cien euros engañándolos y conseguí pasarla en la posada que había en la plaza España. Estaba orgulloso de mí mismo, pues había logrado sobrevivir un día más a pesar de mi pobreza.

Escrito por Nuria Corral

YO Y MI TRISTE FINAL

Leonor, así me llaman. Acostumbro a caminar temblorosa por Valencia, mi ciudad natal. Las piernas me flaquean, el pulso ya no lo puedo casi controlar; y mi memoria me juega alguna que otra mala pasada muy de vez en cuando. Me acompaña siempre mi inseparable gato gris, al que llamo cariñosamente “Milhuesos”. Llevo también una vieja maleta cuadrada donde guardo algunas fotografías viejas de cuando era pequeña. Eso sí, sigo manteniendo, o al menos lo intento, mi estilo coqueto y refinado y la raya de los ojos bien pintada; aunque mis ropas se han desteñido, como yo, con el paso de los años.



Todos los días hago el mismo recorrido: amanezco temprano entre los cartones que me he colocado a modo de hogar, junto al río. Después me arreglo y voy a la famosa cafetería de la plaza donde doña Juana, la propietaria, me invita a un reconfortable café con leche, bien calentito, y unas tostadas con mermelada. Luego, camino treinta kilómetros con mis estropeados pies hasta llegar al respetuoso teatro. Pego mi nariz al gran ventanal y allí están ellas, mis pequeñas grandes alumnas; ensayando y preparando el gran estreno del próximo sábado: “Doña Leonor”, un musical que recorre mi vida.

Apenas se acuerdan de mí; solo pequeños detalles que mi querida Lucía se empeña en corregirles. Mi pequeña Lucía, a quien recogí un día en la calle, a quien le enseñé todo para ser una buena actriz y a quien eduqué como una verdadera hija. Y lo que es la vida: saqué a aquella pequeña de la pobreza para caer yo luego en ella. Cometí algunos errores, de los que no me arrepiento, y que me han traído hasta aquí. El sábado vendré a observar el musical. Al menos veré que mi vida mereció la pena. Luego volveré a mi hogar entre los cartones podridos que ahora me refugian y esperaré el abrazo de Lucía.

Escrito por Carla Franco

LAS APARIENCIAS ENGAÑAN

Corría el año 2011. Yo acababa de quedarme en paro y sufría por llegar a din de mes, que cada vez era más difícil. De pronto, llegó el cartero con una carta que ya parecía bastante mala con solo ver el sobre. En ella venía un escrito que decía que me iban a embargar la casa y el coche por retrasarme con el último pago de la hipoteca. En ese momento toda mi vida se fue a pique.

Ahora, dos años después, vivo en la calle aunque el tiempo me ha dado experiencia. Ahora me gano la vida timando a la gente con complejos trucos, pero, la mayor parte del dinero me lo gasto en drogas. Sé que suena poco ético que una persona que tenga que pedir dinero para comer se gaste el 80% del dinero que le dan en pastillas de diversos colores y efectos en el organismo, pero era la única manera de no venirme abajo por los palos de la vida.



Un día me encontré con un señor mayor que parecía despistado:
- Usted parece un tío listo- le dije con mi labia de abogado.
- No juegues con gente mayor que tú, que te vas a llevar sorpresas.
- ¿Quiere probar o no?- Insistí yo.
- ¡Por supuesto!- me contestó.
- ¡Pues vamos allá! Solo tiene que decir dónde está el garbanzo.

Empecé a barajar las conchas con el garbanzo dentro y cuando se despistó: ¡zas! Truco hecho. Y el pobre hombre ni se dio cuenta.

- ¿Y bien?- Le pregunté.
- En el bolsillo derecho de la chaqueta- dijo directamente-. Hijo, yo ya tengo una edad y me han intentado timar demasiadas veces como para que un panoli como tú me intente colar un truco tan malo.

Yo ya sabía que diría eso, así que le seguí el juego.

- ¿Ah sí? ¿Y cuánto apostaría a que está ahí?
- Todo lo que tú tengas.
- Solo tengo 50 euros.
- Pues apostaremos 50 euros- dijo apretándome con fuerza la mano.

Yo me dispuse a buscar en el bolsillo sabiendo que no se encontraba allí, pero... ¡Allí estaba!

- ¿Cómo?- pregunté yo indignado.
- Creo que me debes 50 euros.

Cuando lo saqué para dárselos levantó la concha del centro y allí había otro garbanzo.

- En este negocio el cliente nunca tiene la razón- me dijo. Dejó sus 50 euros en mi mesa y se marchó.

Nunca olvidaré ese consejo porque me hizo ser más pícaro. A partir de ahí empecé a recuperar mi antigua vida.

Escrito por Martín Sala

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