LO IMPOSIBLE, por Óscar Cano Milvaques, 3º ESO A
Allí estaba él, con
un tercio de cerveza sin alcohol roto en la mano sangrante y
amenazando con furia a todas las gallinas del corral.
Hacía un mes que había
salido del centro donde le ayudaron a dejar el alcohol, y él,
Carlos, no quería ir al bar a cenar porque le entrarían ganas de
tomarse una cervecita, pero, como era de esperar, sus amigos acabaron
convenciéndole.
Aquellas gallinas eran sospechosas... |
- ¿Le apetece una
cerveza sin alcohol?
- Claro-, respondió
Carlos.
A Carlos le sorprendió,
no se le había pasado por la cabeza el pedir una cerveza, pero sin
alcohol.
Los amigos estaban
hablando de las grandes industrias, como la del automóvil, la del
petróleo, etc. Cuando de repente una gallina se les puso encima de
la mesa. Todos se dieron un susto, pero la gallina, con mucha
tranquilidad, miraba fijamente a Carlos, como si Carlos le hubiese
hipnotizado; era como si tuvieran una conexión especial. Mientras
todos estaban sin poder creérselo, Carlos, asustado, salió a la
calle para tomar aire fresco, la escena le había impactado mucho.
Al día siguiente, de
camino a la oficina del paro, había una granja llena de gallinas; se
podía saber fácilmente porque olía mal, había mucho alboroto y un
cartel que ponía: “vendemos huevos del día, gallinas y pollos”.
Aquello le pareció una
coincidencia, aunque no lo era. Más tarde se daría cuenta de que
todo eso de las gallinas no podía serlo. Al llegar a la oficina del
paro, le dijeron que le habían ofrecido una oferta de trabajo como
granjero, precisamente en aquella granja por la que había pasado.
Aceptó la oferta ya que no le llegaba el dinero a fin de mes si
quería beberse su terco de cerveza sin alcohol diario.
Al día siguiente llegó
diez minutos tarde a su primer día de trabajo. Había soñado que
unas gallinas le acorralaban y le picoteaban los ojos, y no se había
levantado con muy buen humor, así que decidió ir al bar a por su
tercio sin alcohol para bebérselo en el trabajo en el descanso, y
eso le sirvió de excusa, porque su jefe, Gorka (que era del País
Vasco), también bebía una cerveza todos los días y le comprendió.
Gorka puso a trabajar a
Carlos recogiendo los excrementos del corral de las gallinas más
jóvenes. Estaba a punto de acabar, cuando las gallinas empezaron a
alborotarse, poco a poco, empezaron a llegar gallinas de otros
corrales inexplicablemente y empezaron a acorralar a Carlos.
Entonces, Carlos recordó el sueño en que le picaban los ojos.
Desesperado y atemorizado, cogió su tercio sin alcohol y lo partió
por la mitad con sus manos. Ahí estaba él, con un tercio de cerveza
sin alcohol roto en la mano ensangrentada y amenazando con furia a
todas las gallinas del corral.
LA OPORTUNIDAD DE SU VIDA, Carlos J. Pérez, de 3º ESO A
Ahí estaba él, con un
tercio de cerveza sin alcohol roto en la mano sangrante y amenazando
con furia a todas las gallinas del corral.
Alberto despertó
aquella mañana cansado tras la fiesta sorpresa de sus amigos para
celebrar su marcha a Irlanda. Tras la oportunidad ofrecida, no iba a
decir que no: estudiar en Warnborough era un sueño para él. Se
levantó de la cama, se lavó los dientes como de costumbre y se
preparó una taza de té y varias tostadas con mantequilla. Se vistió
y se puso camino al bar donde le esperaba su novia.
Al llegar, se notaba
algo raro en el ambiente, pero no lo percibió a causa de la
felicidad que desbordaba aquel chaval de veintiún años que pronto
cambiaría radicalmente.
Su pareja le había
dejado y, como le sucede a mucha gente, optó por ahogar sus penas en
el alcohol. Una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis tercios de
cerveza, el último sin alcohol, tragó aquel hombre triste y
desafortunado en el amor.
A la mañana siguiente,
apareció en una granja, confuso y rodeado de gallinas que desafiaban
con picarle sin temor alguno.
LA CRUEL VIDA DE LEONARDO, por Lluis Burguet, de 3ºESO A
Ahí estaba Leonardo,
con un tercio de cerveza sin alcohol roto en la mano sangrante y
amenazando con furia a todas las gallinas del corral. Cuando acabó
de matarlas sufridamente a todas se golpeó con el tercio en la
cabeza y murió.
Era por 2003. Leonardo
era el granjero del pequeño pueblo de Espinosilla de San Bartolomé.
Como todas las semanas de verano, Leonardo salía a por su pedido de
abono, medicinas y plaguicidas para sus numerosas hectáreas de trigo
cuando apareció María Teresa, la repartidora que siempre le llevaba
los pedidos. Él estaba enamorado de ella desde el primer día que la
vio, el problema era que siempre quería decírselo pero al final
nunca podía ya que nunca era capaz de pasar de la misma
conversación:
- Hola María Teresa!- le
decía Leonardo.
- Hola Leonardo, aquí
tienes lo de siempre, tus diez kilos de abono, tus medicinas para tus
animales y tus plaguicidas.
- Gracias María Teresa.
- De nada, hasta luego.
- Una cosa María... es
que yo... En fin...
- Lo siento Leonardo,
pero, ¡me tengo que ir!
Entonces María se
subía a su furgoneta y se marchaba... Leonardo siempre se ponía
triste y por las tardes se iba a Casa Manolo, el bar al que siempre
iba a aliviar sus penas con el alcohol.
- Hola Manolo.
- Hola Leonardo, ¿qué?
¿Te pongo lo de siempre?
- Sí, una bien
fresquita.
Tras horas y horas en
el bar Leonardo se dejaba mucho dinero y volvía borracho a la
granja.
Un día, lunes 8 de
diciembre, a Leonardo le tocaba una revisión en el Complejo
Asistencial de Burgos. Como siempre, para ir al hospital, se subió
al autobús y se fue para allí. Después de una hora de pruebas a
Leonardo le comunicaron que tenía Cirrosis, pero muy leve y le
dijeron que sin beber alcohol le desaparecería. Al principio le
costó un poco beber cervezas sin alcohol porque para él no tenían
el mismo sabor, pero se acabó acostumbrando.
Entonces, un día
Leonardo oyó la música fúnebre del bando municipal. Él siempre
estaba muy atento pero esta vez lamentó haberle prestado atención.
Como siempre, era Joaquín de Arriaga el que decía el nombre del
difunto:
- Se hace saber, de parte
de la familia Ezcurra Aldama, que ha fallecido María Teresa Ezcurra
Aldama.
Leonardo ya no quiso
escuchar más... ¡su enamorada había muerto! Entonces Leonardo se
echó a llorar con un sentimiento entre furia y tristeza.
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