Todo comenzó el 10 de diciembre de 2002. Yo, que por aquel entonces era un banquero de prestigio para mi sucursal. Me encontraba en uno de nuestros bancos menos azotados por los atracadores cuando, de la nada, salieron tres hombres como si de una película se tratara, armados hasta los dientes y con todo su cuerpo oculto bajo bufandas, chaquetas, cascos de moto y gafas de sol. De repente, el más robusto de ellos (o ellas), se me acercó y me dijo con la voz distorsionada por alguna especie de aparato: “Tú te vienes conmigo”. En ese momento solo podía preguntarme: “¿Por qué a mí? ¿Qué había hecho para merecer algo así? ¿Se trataba de karma o simplemente casualidad que esa misma mañana hubiera girado a la derecha en el cruce y no hacia la izquierda y haber acabado en una oficina diferente?”. Después sentí un dolor en mi cabeza causado por el golpe de la culata de una pistola. Cuando recobré el conocimiento, recuerdo estar en un compartimento hermético.
Empecé a gritar y a suplicar por mi libertad. De repente, como si de un mensaje del mismísimo Señor se tratara, me llegó a la mente una imagen de mi cartera abierta y, entonces, por primera vez en mi vida, pensé en alguien que no era yo, pues en mi cartera se encontraba mi DNI donde figuraba mi dirección actual. ¿Que harían los atracadores con mi mujer y mis hijas? Entonces, el más puro estilo James Bond, conseguí sacar la cartera de mi bolsillo trasero y colocarla en la manga de mi traje. Entonces, de golpe, se abrió la puerta de lo que antes parecía un ataúd y que ahora adquiría un parecido increíble con... ¡el maletero de mi propio coche! En ese momento se me fue todo a pique y me dijo el atracador con la cara descubierta:
- ¿Me reconoces ahora?
- No-, respondí con cierto temor en la voz.
- Soy un cliente descontento tras la negativa tan rotunda que me diste cuando te pedí un préstamo para la operación de mi hija. En fin, usted ya ha dado el visto bueno y ahora va a pagar su arrogancia.
En ese momento sacó un rifle que parecía de caza y me asestó tres disparos: uno en cada hombro y otro en la cabeza. Mientras moría y tomaba el último suspiro de aire hacia mis pulmones encharcados de sangre, recapacité y me di cuenta de que no había empezado todo el 10 de diciembre de 2002, sino el 8 de noviembre del mismo año, cuando un mal despertar me hizo negarle los préstamos a todo el mundo que entraba al banco. Yo, que por aquel entonces estaba vivo no había pensado en los demás.
Por Martín Sala, 3ºB
UNA HISTORIA INTERRUMPIDA
Ahí estaba yo, Fernando Esteve, futuro concejal de urbanismo de mi ciudad, atado de pies y manos en el maletero de mi Audi R8. No recuerdo mucho de cómo he terminado aquí, pero las imágenes van volviendo a mi cabeza poco a poco. Recuerdo el día de ayer, en esa cena con mi gran amigo, el alcalde Ramiro, y con unas atractivas señoritas de compañía. Fue allí donde me ofreció mi nuevo cargo de urbanismo. Con ese contrato venía un suculento regalo de bienvenida: un viaje a las Bahamas. Al salir del burdel, me percaté de la presencia de dos hombres robustos, posiblemente africanos por su aspecto. Se montaron en su coche y me siguieron creyendo que no había advertido su presencia. Cuando llegué a mi casa, la cena estaba preparada y mi mujer y mi hijo durmiendo, como de costumbre. Nada más terminar de saborear mi suculenta cena, finalicé mi copa de vino y me dispuse a lavar los platos. Cuando alcancé mi habitación observé a mi mujer, Merche, con uno de sus camisones de seda durmiendo plácidamente. Me metí en la cama y cerré los ojos.
El concejal volvió a coger su Audi R8 para dirigirse a casa de su amigo el Alcalde.
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A la mañana siguiente, el despertador sonó de modo irritante, como siempre. Bajé a la cocina y desayuné. Cuando salí de mi hogar, advertí que el coche de la noche anterior seguía allí. Empecé a sospechar que fuera la policía o matones a sueldo. Mientras pensaba esto, subí a mi Audi y emprendí el camino del Ayuntamiento. El coche continuaba siguiéndome. Cuando llegué, me sentí más seguro y fui a visitar de nuevo a mi amigo, el Alcalde, pero su secretaria me dijo que no estaba. Me extrañó bastante, teníamos que firmar la documentación correspondiente a mi nuevo cargo, pero no le di mayor importancia. Decidí ir a su casa, pero cuando llegué, me encontré a la polícía, a una ambulancia y a la prensa. Cuando pregunté, me sorprendí mucho: el Alcalde había sido asesinado. Me puse muy triste, pues éramos buenos amigos. Emprendí la vuelta a mi coche y me percaté de que la puerta estaba abierta. Entré, suspiré profundamente y me dispuse a arrancar el coche. Entonces recibí un golpe y caí desmayado.
Supongo que serían de alguna mafia o algo parecido, pero ahora no podía pararme a pensar. Tenía que averiguar cómo salir de este maletero y liberarme para averiguar dónde estaba, pero no sabía cómo hacerlo.
Por Rubén González, 3º B
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