Los siguientes relatos han sido elaborados por los alumnos de 3ºB y tenían que completar un peculiar reto: idear una historia de tipo picaresco, pero ambientada en la actualidad y en los alrededores (preferentemente en Godelleta). El resultado ha sido así de interesante:
ASTUCIA POR SUPERVIVENCIA
Vagaba por las calles de Godelleta,
mi pueblo natal, cuando observé que una anciana salía del
supermercado de la esquina con varias bolsas llenas. Pensé que si la
ayudaba podría obtener algo de dinero a cambio o incluso algo de
comida cuando no estuviera mirando. Y así lo hice: cogí dos de
ellas y la acompañé hasta su domicilio, pero no sin antes haber
pasado por la panadería y por el quiosco y haber esperado mientras
charlaba con sus amigas que se iba encontrando sobre los cotilleos
del pueblo. Pasamos por varias calles más hasta llegar a nuestro
destino. Yo estaba ansioso por obtener mi recompensa, ya que hacía
tres días que no probaba bocado, pero no me dio más que las gracias
y un triste euro que le había sobrado.
Decepcionado, me dirigí al bar
Nido, donde había montones de hombres ebrios dando voces y jugando
al póquer. Me acerqué a la barra, donde no había más que vasos
medio vacíos y platos pequeños con frutos secos, a punto de ser
servidos. Bebí cuanto quedaba rápidamente -mayoritariamente
cerveza- y me apresuré a vaciar el contenido de los platos sobre mi
desgastado suéter, que había doblado para que cupiera mayor
cantidad.
Salí disparado del pequeño
establecimiento y fui al parque a degustar mi botín. A esas horas de
la tarde, estaba lleno de niños jugando con la supervisión de sus
madres. Me senté en un banco y los observé. Estaba pensando en la
suerte que tenían cuando un balón de fútbol me dio de lleno en la
cara. Cuando conseguí recuperarme del sobresalto, vi que un niño de
unos ocho años se acercaba a disculparse. Me aproveché de la
situación: le di mi perdón a cambio de su merienda.
Decidí volver al bar, ya que aún
conservaba el euro que me había dado la anciana y pensé que podría
utilizarlo para hacer trampa al póquer con aquellos adinerados
borrachos.
Fue una noche realmente interesante:
gané nada menos que cien euros engañándolos y conseguí pasarla en
la posada que había en la plaza España. Estaba orgulloso de mí
mismo, pues había logrado sobrevivir un día más a pesar de mi
pobreza.
Escrito por Nuria Corral
YO Y MI TRISTE FINAL
Leonor, así me
llaman. Acostumbro a caminar temblorosa por Valencia, mi ciudad
natal. Las piernas me flaquean, el pulso ya no lo puedo casi
controlar; y mi memoria me juega alguna que otra mala pasada muy de
vez en cuando. Me acompaña siempre mi inseparable gato gris, al que
llamo cariñosamente “Milhuesos”. Llevo también una vieja maleta
cuadrada donde guardo algunas fotografías viejas de cuando era
pequeña. Eso sí, sigo manteniendo, o al menos lo intento, mi estilo
coqueto y refinado y la raya de los ojos bien pintada; aunque mis
ropas se han desteñido, como yo, con el paso de los años.
Todos los días hago el
mismo recorrido: amanezco temprano entre los cartones que me he
colocado a modo de hogar, junto al río. Después me arreglo y voy a
la famosa cafetería de la plaza donde doña Juana, la propietaria,
me invita a un reconfortable café con leche, bien calentito, y unas
tostadas con mermelada. Luego, camino treinta kilómetros con mis
estropeados pies hasta llegar al respetuoso teatro. Pego mi nariz al
gran ventanal y allí están ellas, mis pequeñas grandes alumnas;
ensayando y preparando el gran estreno del próximo sábado: “Doña
Leonor”, un musical que recorre mi vida.
Apenas se acuerdan de
mí; solo pequeños detalles que mi querida Lucía se empeña en
corregirles. Mi pequeña Lucía, a quien recogí un día en la calle,
a quien le enseñé todo para ser una buena actriz y a quien eduqué
como una verdadera hija. Y lo que es la vida: saqué a aquella
pequeña de la pobreza para caer yo luego en ella. Cometí algunos
errores, de los que no me arrepiento, y que me han traído hasta
aquí. El sábado vendré a observar el musical. Al menos veré que
mi vida mereció la pena. Luego volveré a mi hogar entre los
cartones podridos que ahora me refugian y esperaré el abrazo de
Lucía.
Escrito por Carla Franco
LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
Corría el año 2011.
Yo acababa de quedarme en paro y sufría por llegar a din de mes, que
cada vez era más difícil. De pronto, llegó el cartero con una
carta que ya parecía bastante mala con solo ver el sobre. En ella
venía un escrito que decía que me iban a embargar la casa y el
coche por retrasarme con el último pago de la hipoteca. En ese
momento toda mi vida se fue a pique.
Ahora, dos años
después, vivo en la calle aunque el tiempo me ha dado experiencia.
Ahora me gano la vida timando a la gente con complejos trucos, pero,
la mayor parte del dinero me lo gasto en drogas. Sé que suena poco
ético que una persona que tenga que pedir dinero para comer se gaste
el 80% del dinero que le dan en pastillas de diversos colores y
efectos en el organismo, pero era la única manera de no venirme
abajo por los palos de la vida.
Un día me encontré
con un señor mayor que parecía despistado:
- Usted parece un tío
listo- le dije con mi labia de abogado.
- No juegues con gente
mayor que tú, que te vas a llevar sorpresas.
- ¿Quiere probar o no?-
Insistí yo.
- ¡Por supuesto!- me
contestó.
- ¡Pues vamos allá!
Solo tiene que decir dónde está el garbanzo.
Empecé a barajar las
conchas con el garbanzo dentro y cuando se despistó: ¡zas! Truco
hecho. Y el pobre hombre ni se dio cuenta.
- ¿Y bien?- Le pregunté.
- En el bolsillo derecho
de la chaqueta- dijo directamente-. Hijo, yo ya tengo una edad y me
han intentado timar demasiadas veces como para que un panoli como tú
me intente colar un truco tan malo.
Yo ya sabía que diría
eso, así que le seguí el juego.
- ¿Ah sí? ¿Y cuánto
apostaría a que está ahí?
- Todo lo que tú tengas.
- Solo tengo 50 euros.
- Pues apostaremos 50
euros- dijo apretándome con fuerza la mano.
Yo me dispuse a buscar
en el bolsillo sabiendo que no se encontraba allí, pero... ¡Allí
estaba!
- ¿Cómo?- pregunté yo
indignado.
- Creo que me debes 50
euros.
Cuando lo saqué para
dárselos levantó la concha del centro y allí había otro garbanzo.
- En este negocio el
cliente nunca tiene la razón- me dijo. Dejó sus 50 euros en mi mesa
y se marchó.
Nunca olvidaré ese
consejo porque me hizo ser más pícaro. A partir de ahí empecé a
recuperar mi antigua vida.
Escrito por Martín Sala
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada